El primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, decidió no volver a nombrar al veteran diputado del Likud, Reuvén Rivlin para el puesto de presidente del Parlamento cuando su próximo gobierno preste juramento.
Miembros del Likud afirmaron al diario israelí «Maariv» que acciones como ésta de Netanyahu darán lugar a la brevedad a nuevas elecciones en las que ya no será primer ministro.
Para reemplazar a Rivlin, Netanyahu propuso al diputado ultraderechista Yuli Edelstein, quien en el gobierno saliente era responsable por las carteras de Asuntos de la Diáspora e Información.
Mientras tanto, la nueva coalición de Netanyahu está de hecho formada y mañana será anunciada oficialmente su composición y presentada al Parlamento donde tiene garantizada la investidura por holgado margen.
Netanyahu entendió, como no podía ser menos, el problema que le causa el hecho - central y con no muchos precedentes - de ser un gobierno estrictamente laico.
Eso quiere decir que, en teoría, tendrá, con su mayoría y sin compromisos con los ultraortodoxos para formar una coalición, la posibilidad de abordar cuestiones de qué hacer en diversos órdenes, singularmente el de la «igualdad en la carga, sagrada en el país, de los que se libran.
Insistieron en ello durante las negociaciones Yair Lapid de Yesh Atid y Naftalí Bennett de Habait Haiehudí. Sus énfasis debieron ser templados y tal vez rebajados a lo que sea social y políticamente posible sobre el particular porque el tema con los ultraortodoxos es delicado y el público podría cambiar de opinión si no se evita un grave conflicto social y comunitario.
Es sabido que Netanyahu escogió el momento de adelantar las elecciones cuando lo creyó más oportuno y tras negociar en secreto lo que fue la gran operación de reencuentro de su derecha nacionalista (Likud) con la ultraderecha nacionalista y laica del ex canciller Avigdor Liberman, líder de Israel Beiteinu.
La situación política de Netanyahu lo obligó a negociar con el dúo mencionado y empezó por atraerse a su campo a la centrista Tzipi Livni, antigua jefe de Kadima, ex ministra de Exteriores y líder de Hatnuá, que será ministra de Justicia y encargada de dirigir el equipo que intentará reanudar las negociaciones con la Autoridad Palestina.
El perfil moderado de Livni le conviene mucho al respecto, pero los viejos observadores locales creen que el encargo es, en realidad, una trampa, porque el gran cuarteto Netanyahu-Liberman-Lapid-Bennett, es muy poco favorable, por no decir nada, a la eventual formación de un Estado palestino.
El conflicto parece servido y Livni, a la que algunos medios ven como ingenua y utilizada, podría verse obligada a reconsiderar su apuesta y provocar la primera crisis del nuevo ejecutivo.
Hay que decir al respecto, además, que la cuestión palestina, que preocupa al mundo entero y suscitó un explícito desencuentro entre Israel y Estados Unidos no jugó apenas papel alguno en la creación de la coalición. El ministerio de Defensa irá a las manos del ex jefe del Estado Mayor, Moshé Yaalón, y las divergencias con Washington, por no hablar de los árabes, parecen seguras aunque se da por hecho que el gobierno hará un primer gesto de desbloquear la negociación con los palestinos y podría volver a congelar temporalmente la construcción en los asentamientos.
Netanyahu deberá volcarse más, si no prioritariamente, de la agenda interior israelí: modificación del sistema gubernamental, vivienda, coste de la vida, salud y la relación Estado-religión, entre otros, asuntos que, bien calibrados por el future ministro de Finanzas Lapid, le dieron el triunfo y que actualmente se desempeña como representante principal de la expresión de un descontento convencional.
Lapid es, por lo demás, hostil a la división de Jerusalén y aunque se expresa con moderación puede ser descrito como cercando al punto de vista del Likud clásico.
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