El Premio Nobel de Economía y columnista del New York Times, Paul Krugman, publicó hace poco una columna titulada «El síndrome conservador», basada en un reciente pronunciamiento del candidato republicano Mitt Romney, respecto a que él había sido un «gobernador enfermizamente conservador». Como señala Krugman, el término «enfermizo» se utiliza generalmente en contexto de enfermedades.
Compartir problemas con los demás en realidad no ofrece demasiados motivos para la comodidad, pero es muy interesante ver las analogías de la radicalización de EE.UU y de la derecha israelí.
Krugman nos recuerda dos joyas de la carrera de Santorum - otro candidato a las primarias republicanas: conectar la homosexualidad con el incesto y el bestialismo y su enérgica defensa de las cruzadas contra izquierdistas que odian a la cristiandad. No; no es un error; realmente se refirió a las Cruzadas.
Después de que a toda los derecha israelí le gusta recordar a Masada y alabar a Bar Kojba, además de que las escuelas lleven a sus hijos a recorrer Hebrón para que puedan relacionarse con Abraham, Itzjak y Yaakov, los elogios de Rick Santorum a las cruzadas modernistas no parecen tan ridículas.
Pero ahora viene lo más interesante: las Cuzadas, como puede verse en cualquier libro de historia, no fueron precisamente un éxito. Incluso si uno hace caso omiso de algunos pequeños problemas humanitarios, como la enorme cantidad de sangre derramada - mucha de ella judía -, Saladino, al final, impuso la victoria del Islam. Por lo tanto, no queda bien claro qué resultó tan positivo en las Cruzadas.
Como se recordará, la historia de Bar Kojba no fue tampoco exactamente un éxito. Su insistencia en rebelarse contra el Imperio Romano creó algunos contratiempos menores: alrededor de 600.000 judios fueron asesinados cuando los romanos decidieron que esto se acabó. También existe un pequeño problema con la conexión a Abraham, Itzjak y Yaakov: no hay evidencia histórica de que alguna vez existieron; y con toda probabilidad, el adorado sitio de su tumba es probablemente el lugar de sepultura de algún jeque. Sin embargo, nuestro ministro de Educación advierte claramente que nadie debe hacerse ilusiones de que los judios dejarán Hebrón y Shiló.
Entonces, ¿qué es realmente este «síndrome de derecha»? ¿Por qué golpea tanto y tan duramente en Israel y en EE.UU? ¿Cómo puede ser que los republicanos se opongan a propuestas razonables que podrían mejorar las condiciones de vida de millones de norteamericanos? ¿Por qué la derecha israelí piensa que el éxito de la solución de dos Estados implicará de inmediato la desaparición del gran sueño sionista de una nación democrática para los judíos?
Estamos, por supuesto, hablando de una tendencia a largo plazo. Analistas conservadores, como David Brooks o Ross Douthat, señalan que durante las últimas décadas, el Partido Republicano se ha desplazado desde una posición conservadora sofisticada hasta el radicalismo populista carente de fundamentos intelectuales. Del mismo modo, la derecha israelí ha evolucionado desde una posición de línea dura, sobre la base de argumentos razonables, hacia una concepción de mundo basada en la manipulación visceral emocional, remotamente relacionada con sus argumentos.
Hay un denominador común en la irracionalidad de la derecha en EE.UU y en Israel. La investigación psicológica muestra que los seres humanos necesitan de concepciones universales que proporcionen un mapa cognitivo, una interpretación de la realidad y un significado. Nuestra autoestima está profundamente vinculada a nuestra visión del mundo. Cuando esos puntos de vista se encuentran en conflicto con la realidad, una de las defensas más comunes será entender que tenemos que hacer un fuerte ajuste en dicha visión para radicalizarla.
EE.UU evoluciona inexorablemente de ser un país de color blanco-protestante y anglosajón a una sociedad verdaderamente multiétnica, multicultural y multirracial, simbolizada, por supuesto, por un presidente negro.
Como lo señaló Niall Ferguson, historiador de economía con inclinaciones conservadoras, ciertamente no es sospechoso de simpatía socialista pensar que la idea de que una economía moderna pueda funcionar sin intervención del Estado vaya contra la realidad. La cuestión no es si el Estado debe participar, sino cómo.
Por lo tanto, los republicanos se enfrentan a una profunda crisis de visión de mundo, pero se niegan a cuestionar sus supuestos básicos. En su lugar, avanzan cada vez hacia consignas simplistas y populistas.
La situación de la derecha en Israel es bastante similar. Está en el poder durante más de la mitad de la historia delnuevo Estado de Israel. Su ideología se basa en la doctrina de que la Gran Tierra de Israel pertenece al pueblo judío, y que va solucionando a pasos agigantados el proyecto de la colonización judía en Cisjordania.
Hay halcones comprometidos con la democracia liberal como Moshé Arens y Reuvén Rivlin que argumentan que el Gran Israel seguirá siendo un Estado judío incluso si los palestinos en Cisjordania reciben la ciudadanía israelí. Sin embargo, puede mantenerse esta ficción confiando en las tesis de Yoram Ettinger de que sólo hay 1,5 millones palestinos en Cisjordania, una tesis que ni siquiera comparte la Oficina Central de Estadística de Israel.
La ultraderecha, en gran medida, no tiene nada coherente que decir. Ella parece inclinarse por el apartheid, pero desesperadamente evita mirar los hechos. El derecho de Israel a existir no puede adaptarse a que la contradicción entre democracia y la Gran Tierra de Israel no se puede resolver.
El resultado de síndrome de la derecha merece encontrar un lugar en los anales de la investigación psicopatologica. Al igual que los republicanos de hoy en EE.UU, la derecha israelí trata de superar su déficit en argumentaciones coherentes con declaraciones populistas; en la profunda creencia en algo que ni siquiera ella puede definir coherentemente.
Fuente: Haaretz - 24.2.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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