«Tenía todas las de perder pero su historia es uno de los más dramáticos ejemplos de un italiano que arriesgó su vida para salvar la de judíos».
Las palabras del director de cine Oren Jacoby describen el legado de Gino Bartali, uno de los más grandes ciclistas de su época, tres veces ganador del Giro de Italia y dos veces vencedor del Tour de Francia.
El Giro de Italia comenzó este viernes y su primer recorrido tuvo lugar muy lejos de Italia: en Belfast. Pero la nueva edición de esta carrera, por más que se inició en Irlanda del Norte, sirve para recordar la historia de un italiano que nunca habló de lo que hizo en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Los detalles de la etapa más heroica de su vida comenzaron a surgir tras su muerte en el año 2000, y la película Jacoby, que se estrenará este año, arroja un poco de luz sobre este hombre nacido en el seno de una familia toscana de bajos recursos en 1914.
El «no» a Mussolini La bicicleta de Bartali está exhibida en el museo ciclístico en la Iglesia de Madonna del Ghisallo, en Lombardía.
La carrera de Bartali como ciclista estaba en lo más alto cuando la guerra se cernía sobre Europa.
En 1936 triunfó en su primer Giro de Italia y retuvo el título un año después. Luego ganó en 1938 el Tour de Francia. Ése era el momento que el líder fascista italiano, Benito Mussolini, estaba esperando.
«Mussolini creía que si un italiano terminaba triunfante el Tour, eso mostraría que nosotros también pertenecíamos a una raza superior», explicó el hijo de Bartali, Andrea, en la película de Jacoby.
«La victoria de mi padre se convirtió en un asunto de orgullo nacional y de prestigio del fascismo, por eso estuvo bajo una enorme presión», agregó.
Bartali fue invitado a dedicar su triunfo a Mussolini, pero declinó el ofrecimiento, lo que constituía un grave insulto a Duce y un riesgo mayúsculo.
Mientras se corría la prueba ciclística en Francia, Mussolini publicó su «Manifiesto sobre la Raza», que terminaría con los judíos perdiendo su ciudadanía italiana, sus profesiones y cualquier posición que ocuparan en el Gobierno.
Sin embargo, Italia seguiría siendo un refugio para los judíos hasta su rendición en septiembre de 1943. Desde ese momento, tropas alemanas ocuparían regiones del norte y del centro del país y comenzarían a capturarlos y a enviarlos a los campos de concentración.
En ese momento Bartali, un católico devoto, recibió un ofrecimiento del cardenal de Florencia, el Arzobispo Elia Dalla Costa: unirse a una red secreta para proteger a judíos y otras personas en peligro.
Su papel dentro de esta red era perfecto para su talento: Bartali se volvió un correo. Lo que parecían extensas jornadas de entrenamiento en su bicicleta eran en realidad viajes en los que transportaba fotografías y documentos falsos elaborados en imprentas clandestinas.
«Vimos la documentación que él transportó miles de kilómetros a través de Italia, viajando por caminos que unían ciudades tan lejanas como Florencia, Lucca, Génova, Asis y el Vaticano en Roma», relató Jacoby.
Todo lo llevaba escondido en el marco y en el manubrio de su bicicleta.
En un momento el ciclista fue arrestado e interrogado por el jefe de la policía secreta fascista en Florencia, la ciudad donde nació y residía, y la historia dice que en esa situación solicitó específicamente que su bicileta no fuera tocada ya que todas sus partes estaba precisamente calibradas para alcanzar la máxima velocidad.
Por un tiempo Bartali tuvo que pasar a la clandestinidad, viviendo de incógnito en la localidad de Citta Di Castello, en Umbria.
El ciclista tenía más de un motivo para temer: además de su función de correo, dio refugio a su amigo judío, Giacomo Goldenber, y a su familia.
«Nos recibió a pesar de que sabía que los alemanes mataban a cualquiera que escondiera judíos», recordó el hijo de Giacomo, Giorgio, en la película de Jacoby.
«Él arriesgó no solo su vida sino la de su familia y nos salvó a todos, porque nosotros no teníamos ningún lugar a donde ir», añadió.
Aproximadamente el 80% de los judíos italianos y de los que encontraron refugio en ese país antes de la Segunda Guerra Mundial sobrevivieron, en parte gracias a las acciones de otros italianos.
Colocar las piezas de esta historia en su sitio tomó 14 años y un trabajo de investigación de mucha gente.
Andrea Bartali dijo que, eventualmente, su padre le contó por fragmentos sobre sus acciones durante la guerra, y le hizo prometer que no se las contaría a nadie.
«Cuando le pregunté por qué no podía compartir su historia, me dijo: 'Debes hacer el bien pero no debes hablar de eso, si lo haces, estás tomando ventaja de las desgracias ajenas para tu propio beneficio'».
Según Jacoby, el silencio de Bartali es una característica propia de muchos de los italianos que arriesgaron sus vidas para salvar otras durante la Segunda Guerra Mundial.
«No quiso ser reconocido por lo que había hecho, pocos de los que se beneficiaron con su ayuda supieron su nombre o el papel que había jugado en su rescate».
El pasado septiembre, Bartali recibió un homenaje póstumo por parte del Memorial del Holocausto de Yad Vashem, en Jerusalén, al ser declarado «Justo entre las Naciones».
Andra Bartali, quien visitó el lugar, dice que su padre siempre se negó a ver sus acciones como heroicas.
«Cuando la gente le decía, 'Gino, eres un héroe', él respondía: 'No, no, yo quiero que me recuerden por mis logros deportivos. Los héroes reales son otros, aquellos que sufrieron en su alma, su corazón, su espíritu, su mente, por sus seres queridos. Ellos son los héroes reales. Yo soy sólo un ciclista'».
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