La decisión del nuevo ministro de Educación israelí, Naftali Bennet, de ordenar que una controvertida obra teatral, inspirada en la vida de un terrorista árabe que asesinó a un soldado israelí deje de presentarse ante alumnos de secundaria, generó un fiero debate en el país sobre los límites de la expresión artística.
Bennett manifestó que es inapropiado para el Estado exponer a los estudiantes a una obra que humaniza a un asesino e irrespeta a la familia de la víctima.
Algunos críticos, sin embargo, hablan de censura al decir que el nuevo gobierno ultranacionalista está limitando la libertad y vitalidad de la democracia de Israel.
El asunto comenzó cuando la familia de Moshé Tamam, un soldado que fue secuestrado, torturado y asesinado en 1984, descubrió que el teatro Al-Midán en la ciudad de Haifa estaba montando una obra inspirada en la experiencia que tuvo en prisión su asesino, Walid Daka, un miembro de la minoría árabe israelí, y que la estaban exhibiendo a estudiantes como parte de su programa de cultura y arte financiado por el Estado.
Ortal Tamam, sobrina del soldado asesinado, describió entre lágrimas sus sentimientos hacia la obra, titulada «Un tiempo paralelo».
«Sólo estamos diciendo algo muy simple: no financien esta obra. Nuestro gobierno no debe ser el que financie esta obra y honestamente no entiendo a todas esas personas que creen que alguien que secuestró a un chico de 19 años debe ser considerado un héroe», dijo.
Bennett de inmediato ordenó el cese de las presentaciones, argumentando que Israel no debe financiar o promover algo tan ofensivo.
«Apoyo el pluralismo y no tengo deseos de interferir con la cultura y las artes», señaló Bennett a los medios. «La pregunta aquí es si el Ministerio de Educación de Israel debe pagar para que los niños en las escuelas vayan a ver una obra que muestra compasión hacia un asesino y un terrorista».
«Y mi respuesta es no. No espero que Estados Unidos envíe a sus niños a ver una obra que muestre piedad hacia Osama Bin Laden y eso mismo no ocurrirá en Israel», añadió.
La controversia se produjo poco después de que la ministra de Cultura y Deportes, Miri Regev, amenazó con dejar de financiar a un pequeño grupo de teatro luego que su fundador, Norman Issa, un árabe israelí, se negó a presentarse en localidades del Valle del Jordán, en Cisjordania. Regev dijo que también examinará el apoyo financiero a otras instituciones que atacan al Estado.
Tanto Bennett como Regev son figuras prominentes en un nuevo gobierno que está apoyando un número de medidas que los opositores consideran van dirigidas a acallar a la crítica.
Los artistas israelíes se pronunciaron en contra de esas medidas, diciendo que el pluralismo del país es lo suficientemente fuerte para lidiar con interpretaciones artísticas que irritan a algunos.
Salwa Nakkara, asesora artística de Al-Midán, dijo que unos 700 estudiantes ya vieron la obra y que tuvieron conversaciones profundas sobre la misma.
Agregó que quienes la atacaban no la habían visto y estaban motivados por intereses políticos dañinos para la libertad de expresión.
«Esto contradice a un Estado que se considera de por sí democrático", señaló.
Bashar Murkus, escritor y director de la obra, la defendió diciendo que muestra el «ángulo humano» del prisionero.
«Ningún lado lo trata como un ser humano, pero en el escenario es importante ver la profundidad humana de cada prisionero», explicó Murkus.
Por su parte, el columnista Ben-Dror Yemini destacó que la libertad de provocar era «el cuerpo y alma de la democracia». Pero que promover una obra controversial con financiamiento del gobierno era algo distinto y que las acciones de Bennett se justificaban.
«¿Quieren alegar que Israel es criminal? Dejen que lo hagan. ¿Quieren montar una obra inspirada por un terrorista, un asesino o un violador? Dejen que lo hagan. ¿Pero por qué creerían que los ciudadanos de Israel tienen que financiar sus caprichos al Estado?», preguntó en una columna en el sitio de noticias Ynet.
«Quieren beber del mismo pozo en el que escupen», respondió.
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