Jerusalén volvió a ser escenario de nuevos atentados terroristas cometidos por jóvenes palestinos en medio de un despliegue de medidas de seguridad sin precedentes y de la colocación de controles y barreras en los barrios árabes.
La última agresión ocurrió anoche en las inmediaciones de la estación central de autobuses, un blanco emblemático por ser un lugar concurrido y bullicioso en la parte oeste de la ciudad, muy cerca de la salida a la autopista 1 hacia Tel Aviv.
Allí, una mujer de 70 años resultó herida de gravedad al ser apuñalada en el estómago por un palestino que fue abatido a tiros por un agente de la Policía de Fronteras que se encontraba en el lugar de los hechos, informó la Policía.
El suceso se produjo en las inmediaciones de la estación cuando la mujer se disponía a abordar un autobús.
La Policía indicó que el conductor del vehículo abrió las puertas para permitir que la víctima entrara y las cerró antes de que lograra subir el atacante, un palestino de unos 26 años residente de Ras El Amud que, según el Canal 10 de la televisión israelí, estaba en libertad condicional por tirar piedras y participar en desórdenes.
Este fue el segundo ataque de estas características. Horas antes, fuerzas israelíes frustraron otro que iba a cometer un palestino con una navaja en la Puerta de Damasco, uno de los principales accesos a la ciudadela amurallada, en la parte este de la ciudad.
El agresor abatido tras intentar apuñalar a un agente israelí.
El incidente dejó además a un civil herido por disparos, que fue trasladado a un hospital, y a un turista herido leve, que fue atendido en el lugar de los hechos.
El sospechoso fue identificado por los medios como Basem Sader, residente de la ciudad cisjordana de Hebrón, que vestía uniforme de camuflaje, según fotografías difundidas por la Policía.
Un tercer palestino murió tiroteado por soldados en la ciudad de Belén, en Cisjordania.
Con estos dos últimos fallecidos son 35 los palestinos muertos en la ola de violencia que sacude la región desde el 1 de octubre, al menos 13 de ellos autores de ataques en los que fueron asesinados 7 israelíes, en su mayoría por arma blanca.
Los ataques de este miércoles elevan a 12 la cifra de los ocurridos en Jerusalén en tan solo dos semanas, una tendencia que llevó al Gobierno de Netanyahu a aprobar medidas extraordinarias para frenar la ola de acuchillamientos.
Algunas de las decisiones empezaron a ejecutarse, como el cierre o bloqueo por parte de las de fuerzas de seguridad de los principales accesos a los barrios árabes considerados más conflictivos.
Durante el día llegaron al barrio de Jabel Mukaber, en el sureste de la ciudad y hogar de cuatro de los terroristas de los últimos días, grúas y camiones cargados con enormes bloques de hormigón para impedir o controlar el tráfico.
Vecinos y curiosos miraban cómo los operarios, escoltados por unidades de la Guardia de Fronteras, cerraban varios accesos al barrio y empezaban a pedir la identificación a quienes quería salir del mismo.
Residentes del lugar dijeron que las medidas van a convertir el barrio en un lugar como el vecino campo de refugiados de Shuafat, con disturbios continuos que calentarán los ánimos y empeorarán la situación".
Muchos residentes de Jabel Mukaber trabajan en el oeste de la ciudad y cerca del 80% de la población es religiosa, por lo que al menos cada viernes van a la Ciudad Vieja para rezar en la Mezquita de Al Aqsa.
Al cierre o cerco de los barrios árabes se unió también el despliegue de tropas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en apoyo de las policiales en varias ciudades del país y otras medidas como la demolición inmediata de las viviendas de las familias de los terroristas, que podrían sembrar la semilla de nuevos disturbios en el futuro.
El Gobierno israelí decidió, asimismo, aumentar las fuerzas operativas de la policía y contratar a 300 guardias de seguridad para el transporte público en Jerusalén.
El ministro de Energía israelí, Yuval Steinitz, señaló que la violencia está menos relacionada con cuestiones políticas que con una incitación antisemita para desatar una guerra religiosa.
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