Desde que me indicaron leer “La pérdida del peino”, de José Bianco, tuve problemas.
Primero no lo encontraba, cuando hallé un ejemplar resultó carísimo y no tenía ganas de gastar en algo que prácticamente me obligaban a leer. Era para mi curso de literatura. Tercero y principal: siempre me olvidaba del nombre. “La pérdida del paraíso”, “El paraíso perdido”... ¿Usted perdió algo? Llevaba escrito en mi agenda el nombre correcto del libro.
Massera fue el único de la primera junta militar que tuvo un proyecto político propio; un proyecto nacido en las mazmorras de la ESMA, teniendo como símbolo la capucha y la picana, los gritos de dolor de los torturados, las mujeres pariendo y condenadas a muerte y los chicos apropiados.
Voy a escribir sobre religión; no sobre música, ni espectáculos. Ni siquiera sobre cultura; menos sobre nostalgia. Vengo de presenciar, de participar de un acto religioso. Tal vez el más importante al que haya concurrido. Un acto de fe.
A los 75 años de edad falleció en Buenos Aires el 3 de noviembre pasado el más destacado poeta judeo-argentino, Eliahu Toker.
A mí no me lo contaron. Yo lo vi. Vi a los jóvenes con los ojos llorosos. Vi a familias con chicos haciendo colas de más de treinta cuadras que surcaban la geografía del microcentro como una víbora interminable.
La desaparición de Jorge Julio López es un baldón ilevantable de estos 27 años de democracia. Los testigos desaparecidos o muertos no han amedrantado a otros testigos. Esa es la otra cara alentadora de un mismo drama.
Murió un luchador. El hombre que recuperó el valor de la palabra política. El que la rescató como instrumento insuperable para transformar la sociedad. El que decidió rescatar la dignidad nacional rematada en la segunda década infame.
Mientras a los pibes la memoria les movilice los pies, Daniel, Francisco, María Clara, Horacio, María Claudia, Claudio, seguirán vivos en el recuerdo. Y los Lápices seguirán escribiendo utopías para acercar el horizonte.