Yair Lapid, conocido escritor, periodista y estrella de los medios de difusión, finalmente dio el gran salto a la arena política israelí. Tal como ocurrió en los procesos elecctorales del pasado, la aparición de un nuevo y floreciente candidato sin las típicas manchas de la contaminada política del país trae aparejada la formación inmediata de una larga cola de cofrades y prosélitos.
Estos «veteranos defraudados y desilusionados» de viejas promesas incumplidas no prestan atención que se trata más o menos de las mismas que el nuevo aspirante ahora garantiza cumplir. Casi con seguridad se puede afirmar que el destino de Lapid le deparará ser devorado por el sistema, al igual que todos sus predecesores que se comprometieron a una política limpia, alejados de peligrosos extremistas y guiados por valores democráticos, patrióticos e igualitarios de los más puros.
Estos nefastos resultados de tan formidables esfuerzos no necesariamente son la consecuencia de la incompatibilidad de las plataformas políticas propuestas o intenciones personales ocultas. Para comprender la imposibilidad de modificar el preocupante rumbo político y social en que Israel se encaminó las últimas décadas, sin ninguna relación con la coalición partidaria de turno, es necesario descifrar el ADN de la enigmática democracia israelí.
De acuerdo a la primera condición de la existencia de una democracia, los ciudadanos de Israel instauran gobiernos y ministros de mayorías parlamentarias como resultados de elecciones generales, periódicas y libres. En la práctica, estos gobiernos y ministros no pasan de ser más que una fachada con apariencia democrática. Si bien ostentan el titulo de autoridad legal máxima, en realidad carecen del poder de gobernar de forma autónoma y el dominio de la toma de decisiones queda en manos de unos pocos grupos de interesantes o alianza de minorías. Con representación parlamentaria mínima, o directamente careciendo totalmente de ella, estos grupos logran imponer sus posiciones a los legisladores y al ejecutivo por medio de diferentes y sofisticadas vías de presión.
El estrato que controla y fija la dirección del desarrollo del país está compuesto por tres diferentes grupos con la mira puesta en tres propósitos muy distanciados uno del otro, aunque, sorpresivamente y por el momento, sin contradicción entre ellos. Bajo esas condiciones no sólo no surgen conflictos de liderazgo, sino que es visible en muchos aspectos un avanzado grado de complementación y cooperación.
El primer grupo está compuesto por un reducido número de magnates que en las dos últimas décadas consiguió acumular fortunas descomunales que le permiten controlar gran parte de la economía nacional. Los aciagos resultados del proceso no tardaron en salir a flote. En pocos años la economía de Israel creció a pasos agigantados, pero la distribución de la riqueza creada se convirtió en la más leonina de los países desarrollados de la OECD.
Esta profunda transformación en la apropiación del ingreso nacional fue el desenlace inevitable de la movilización de dos factores relativamente nuevos a favor de los intereses de los magnates. Los dueños de los emporios económicos rentaron por sumas millonarias los servicios de cientos de lobistas con un extraordinario poder de influencia en el Parlamento y en instituciones gubernamentales. El otro factor está constituido por el dudoso accionar de tecnócratas del ministerio de Finanzas. No se necesita más que escuchar las palabras de un ministro del mismo gobierno de Netanyhau: «Estos funcionarios del ministerio de Finanzas, cuyo destino en la vida es sabido de antemano, se proponen pisotear groseramente los intereses del público en general a la par que periódicamente dan preferencia a los intereses de los dueños del capital, para posteriormente pasar a ser directamente ejecutivos de sus empresas» («El Ministerio de Finanzas escupe al público en la cara»; Stas Misezhnikov, ministro de Turismo de Israel; Maariv, 28.12.11).
El segundo grupo está compuesto por el establishment de seguridad del cual son parte los generales del ejército y las cúpulas de los servicios de seguridad interior y el Mossad.
El poderío de todos los sectores vinculados a la seguridad en Israel se sobrepone con facilidad a aquellos vinculados a los civiles con sus inevitables consecuencias a nivel político, social, económico y cultural. En la práctica, la seguridad no sólo protege a los ciudadanos de Israel, sino que también les fija un orden de prioridades muy riguroso a la par que amolda la idiosincrasia al país y a sus habitantes.
«Israel del siglo XXI no es un Estado que tiene su ejército, sino que Tzáhal tiene un Estado» («Un país movilizado»; Rubén Pedetzur;, Haaretz 3.6.09). La exportación de naranjas «Jaffa», símbolo del retorno al trabajo productivo del pueblo judío fue sustituida por la conquista de mercados internacionales de bombas y material bélico («Israel ocupa el tercer lugar entre los mayores exportadores de armas del mundo» (Globes; 5.10.09).
El tercer y más importante grupo que dicta la dirección política de Israel está constituido por una alianza entre el judaísmo religioso ultra ortodoxo y el nacionalismo religioso judío. Pese a concepciones religiosas que el pasado los distanció, los últimos años se unificaron tras el proyecto de una teocracia judía en vez de una democracia israelí junto con la posibilidad de materializar la apropiación del mayor área posible de la histórica de Gran Israel, desde el Nilo al Éufrates.
En la medida en que los esfuerzos democráticos por medio del convencimiento y la fuerza parlamentaria no fueron suficientes, este sector no dudó en pasar al uso de medios antidemocráticos como coacción moral, amenazas, violencia callejera y vandalismo sin ponerse frenos hasta llevar a parte de sus representantes al crimen político y al terrorismo («Para el jefe de los servicios de seguridad, los actos de vandalismo de los colonos de Yitzar - Asentamiento judío en Cisjordania - no son más que actos de terrorismo en contra del gobierno"; Conferencia de Yoram Cohen, Jefe de los Servicios de Seguridad; Haaretz; 3.2.12).
La experiencia de gobiernos y partidos políticos que se propusieron enfrentar a estos grupos socavando sus intereses demostró que todos arribaron a decepcionantes fracasos que llevaron a caídas de gobiernos o desaparición del clan político. En este contexto no se puede pasar por alto el gran cambio del actual primer ministro Netanyhau. Quien fuera prácticamente destronado por representantes de los colonos judíos de Cisjordania en 1999, aprendió muy bien la lección. En su nueva versión, una década más tarde, demuestra disponer de una habilidad manipulativa sin parangón en el panorama politico actual de Israel. Su genialidad no emana de su condición de estadista brillante ni de su respaldo ideológico, sino de su capacidad de consensuar al máximo las aspiraciones de cada una de esas minorías dominantes esquivando todo tipo de encontronazo entre ellas, inclusive a costo de afectar los intereses de la mayoría de la ciudadanía de Israel, hasta ahora claramente flemática.
Este camino basado en la búsqueda de compromisos posponiendo conflictos internos le permite a Netanyhau, por el momento, estar seguro de su liderazgo, aunque la falta de decisiones con una clara visión futura del país probablemente nos lleve a tragedias a mediano plazo.
Ojalá me equivoque...
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