Después de mi clase de literatura vamos con un grupito a tomar café. Mujeres y hombres. Durante la última reunión, solté una adivinanza de mi invención que decía algo así como: cuando un hombre y una mujer se encuentran en una esquina rosada, todo fluye; marcha. Esa esquina puede convertirse en una avenida de mano única - si no te corrés, te piso con el auto -. ¿Quién pisa a quién? La respuestas daban pisadora a la mujer, tanto para ellos como para ellas. No me sorprendí. Después se verá el porqué de tan unívoca respuesta.
Para escaparle al frío un febrero en Nueva York entré a un cine. Debía esperar a alguien por la nochecita, que empieza a las cinco de la tarde en invierno. No sabía ni me importaba qué daban. Me atraía la calefacción. Vi «Una pasión de Amor» una de las primeras películas de Ettore Scola.
De fútbol entiendo poco. Sin embargo, leo los grandes titulares referidos a la pasión de multitudes. Me gusta saber de qué hablan los hombres cuando no hablan de mujeres.
«Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, luego de un sueño poco tranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto». Así comienza «La Metamorfosis» de Kafka. Nunca dice de qué insecto se trata, aunque muchos hablan de una cucaracha. Nadie en su sano juicio puede creer en esta transformación; sin embargo, el cuento se sostiene, debido a la pluma del checoeslovaco que lo torna verosímil.
Una noche de enero, mientras la temperatura subía por el ascensor y nuestros cuerpos permanecían fieles a la ley de gravedad, nos arrastrábamos, pensé en la Antártida como refugio. Me encontraba en una reunión. Alguno de los ahí presentes debió haber leído mi pensamiento. Días más tarde me propuso ir al continente blanco junto con dos mil personas; en un crucero.
Antes de comenzar la clase de gimnasia una chica, a la que vi en otras oportunidades, me pregunta cómo me llamo. Es una pregunta a la que hay que responder.
Durante el verano voy todos los días al gimnasio por las mañanas. No lo hago para descargar tensiones de forma saludable sino para inspirarme. Es un horario donde brotan mujeres de todas las edades. Cuando camino en una de las máquinas suelo pensar, escuchar radio o simplemente mirar. Siempre encuentro un detalle, una perlita, una pequeñez que utilizo para hilar en mi telar de palabras.
Una tarde del último enero, de esas que ofenden a sus criaturas con temperaturas extremas, no sabía qué ponerme. Y me puse a pensar en temas disparados por la película «La gran belleza», del napolitano Sorrentino. Que no es lo mismo que unos sorrentinos a la napolitana, en especial por que llevan crema que se deja deslizar en el paladar. El director en cambio, nos ofrece mucho alcohol - champagne, whisky, Martini - tanto que raspan la garganta y la más ácida de las miradas sobre la eterna Roma y ciertos mortales romanos.
El calor me hace cambiar rutinas. Entonces, por primera vez llamé a la farmacia donde me preparan desde hace años una crema de limpieza. Quería encargar otra similar. No porque crea que es la mejor, sino porque es la única que conozco; por costumbre.
Antes de darme un atracón con las películas nominadas al Oscar, las veo todas, elegí ver Diana, en alusión a la princesa de Gales. El film gira en torno del romance secreto entre Lady D y el cardiocirujano Hasnat Khan, de quien se dice fue el amor de su vida. Después de dos años de encuentros secretos, sólo llegaron a la separación. Según la película, el médico no contó con la aprobación de su madre a quien no le gustaba demasiado una mujer divorciada con hijos, además de no profesar el islamismo. El verdadero doctor afirmó en un reportaje, que sus familiares jamás se opusieron a la relación.