El 1º de mayo, día del trabajador - como reconocimiento no se trabaja en muchos países del mundo - me dispuse a leer un artículo que había reservado para la ocasión. Estaba firmado por el crítico literario más vendido, no sé si leído, Harold Bloom.
El último 17 de abril, entre preparativos de marchas y contramarchas, llegué como pude al teatro Colón donde se exhibía la ópera Carmen de Bizet. El músico murió tres meses después del nada auspicioso estreno en París en 1875, a los 36 jóvenes años. La malasangre no respeta edad.
Alentada por la política de congelamiento de precios me dije: Yo también merezco una mejor vida, antes de pasar a la otra. ¿Y si no existe? No es que haya regalado el anterior o lo haya cambiado. No, nunca tuve uno. Mandaba la ropa al lavadero y me la devolvían doblada con un riquísimo perfume y planchada.
Estaba por salir de mi casa cuando me detuvo una imagen por televisión. Se trataba de una cámara oculta donde una mujer amenazaba con matar a un señor con un cuchillo.
En un día de sol y agradable frío del invierno romano, de pronto comenzó a llover. Claro que no con la furia que conocimos por estos lares. Luego de mojarme en forma grata, sucumbí ante un hermoso paraguas negro cuyo extremo inferior terminaba en una majestuosa punta. Divino. Mango de madera, sanito, no como los que usan en Londres, con varillas dobladas por el viento y la lluvia, ya que uno nuevo se romperá indefectiblemente.
Todos los caminos conducen a Roma, sólo que algunos más, especialmente cuando quedás en encontrarte con amigos procedentes de Buenos Aires. Así las cosas bajamos de la sofisticada y silenciosa Milán a la Ciudad Eterna.
Los viajes tienen ese extraño encanto de un placer pasajero. Cuando concluyen, volvés al clima árido de lo cotidiano. En el registro propio de una burbuja de champán - no podía tratarse de otra clase de burbuja - llegamos a París.
Tomé mis vacaciones en dos zonas diferentes. Primero, en el agradable clima que ofrece Turquía, Chipre, Grecia e Israel en febrero. Luego, a arreglármelas con el frío y la nieve que no nos ahorra Londres, París y un poco menos Roma en marzo. ¡Todo lo que una hace para no toparse con el sol a pleno!
Evitar verse un tanto avejentada requiere un esfuerzo posible de realizar. Podemos mirar para otro lado, cubrirnos con una capa tipo burka, que sólo deje los ojos al descubierto, o comprar un colchón adecuado para un descanso reparador.
El segundo día de enero de este año encontré un artículo por Internet que prometía responder a todos mis interrogantes en unas veinticinco líneas. Su título: «Cómo es la mujer perfecta según los hombres».