Como todas las mañanas me instalo en el escritorio, en donde reside mi biblioteca llena de libros, de la que estoy más que orgullosa. Promete ser una jornada de agradable trabajo. Busco un libro, sentada en la silla de trabajo con ruedas, de manera rápida con la vista, de un pantallazo. No lo encuentro. Me acerco con cierta intriga; reviso cada estante y tampoco lo veo. Acerco la escalera y en actitud un tanto más preocupante entro a examinar los estantes superiores.
Hace un par de domingos me encaminé por la mañana hacia el supermercado. La noche anterior había visto la película de Tarantino, «Django sin cadenas». Tarantino siempre me gusta con matices: a veces mucho otras un poco menos. Pero lo incluyo en la alfombra roja que cubre mi corazón.
¿Alguna vez pensó en un mundo perfecto, donde aquello que prometen las publicidades se cumpliera al menos en un 50%? Créanme que sería perfecto, claro que inhumano. Lejos estoy de remitirme a la novela «Un mundo feliz» (1932) del inglés Aldous Huxley, título por demás ambicioso tomado de «La Tempestad» de Shakespeare. Miranda, hija del rey Próspero dice: ¡Cuán bella es la humanidad! ¡Oh mundo feliz, en el que vive gente así! Obvio que se refiere a un mundo que aún no se descubrió, o al menos yo no supe, no quise o no pude hacerlo.
Las «cartas» se han puesto de moda. Cartas rápidas, sin sobre ni estampillas y mucho menos buzón rojo. Cartas «a la carta», instantáneas, para retrucar una opinión vertida por alguien con quien se está en desacuerdo. Cartas lanzadas como granadas desde redes sociales, por lo general Facebook
Quienes leen mi columna con cierta asiduidad pensarán, entre muchas otras cosas, que prefiero ignorar el medio ambiente y que soy una persona insuficientemente adaptada a él. Y estarán en lo cierto. Vengo provista de una barrera cutánea deficiente, que se independiza y delata aquello que mi inconsciente trata de callar.
«Cuando Gregorio Samsa se despertó después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto...» Kafka no dice, en «La metamorfosis», de qué insecto se trata, sí que tiene caparazón.
Quedé en encontrarme con una amiga luego de su sesión de análisis, donde siempre.
Donde siempre estaba cerrado por vacaciones. No daba para quedarme hasta el 15 de febrero, fecha en que reabrían. El sol, del que dicen es bueno para fijar la vitamina D, pegaba fuerte. Dudo que sea beneficioso. Algo que caliente tanto no puede hacer nada bien, sólo derretir todo aquello que se interponga en su paso destructivo.
El año pasado dije ¡Chau Facebook para mí! Fue una ruptura dolorosa pero necesaria. Comenzamos a irritarnos mutuamente. Se había convertido en un partenaire que sólo me movía por la elemental regla del agrado/desagrado ó me gusta/no me gusta. Me tomé unas vacaciones. A ambos nos hizo bien.
Decir Rothschild es hablar de una de las más famosas y poderosas dinastías judías de la historia que domina el mundo de la banca y de las finanzas desde hace más de dos siglos. Sus miembros se han implementado en diferentes países con el mismo éxito y perpetúan la herencia creada por su fundador, Mayer Amschel Rothschild, consagrado como el séptimo mayor empresario de todos los tiempos por la revista «Forbes».