Se cumplió un cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín. La borrachera del triunfo del capitalismo, con la peregrina idea de haber llegado a la estación final de la historia humana, aparte de insustancial se ha revelado de una hipocresía inconmensurable.
Las ilusiones alumbraban el inicio de la década de los '60. La revolución hacía pie en Cuba y Argelia. Se iniciaba la lucha por la independencia en los países africanos. África proyectaba dos figuras paradigmáticas: Patrice Lumumba y Nelson Mandela. La lucha por los derechos civiles de sus hermanos norteamericanos, con sus gigantescas movilizaciones, catapultaría al notable Martín Luther King y su histórico discurso en Washington «Tengo un sueño».
La hora H del día D eran las 22:00 del 22 de diciembre de 1978. El año en que Argentina había sido sede y ganadora del Campeonato Mundial de Fútbol. Con un país silencioso que había podido salir colectivamente a la calle aquel 25 de junio del triunfo contra Holanda.
El embajador jefe de la Delegación General Palestina en Londres, Manuel Hassassian, y Edy Kaufman, profesor de la Universidad de Maryland (Estados Unidos) y de la Universidad israelí de Haifa, afirmaron en Buenos Aires que para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos se deben «poner en práctica los valores esenciales que ambos pueblos comparten en temas como derechos humanos, democracia y paz».
«Digo», «pero bueno», «a ver» y «tengo la impresión» están inficionando el lenguaje radial y televisivo. A veces entre frase y frase y cuando la muleta ocupa casi todo el discurso, en mitad de cada oración el «digo» resulta abrumador.
La tregua reinante entre israelíes y palestinos es buen momento para echar una mirada retrospectiva a los meses transcurridos, especialmente cuando nuestra región latinoamericana fue impactada con tal intensidad por los últimos desarrollos en Oriente Medio.
Aunque la he transcripto en otra nota, la parábola judía es tan bella y tan apropiada que la comparto nuevamente.
Junio del 2006, una Jerusalén que ardía de calor y yo me dirigía a entrevistar a Itzjak Frankenthal para el suplemento «Enfoques» del diario «La Nación». Ese diálogo marcó un antes y un después en mi comprensión del conflicto entre israelíes y palestinos.
Cada tanto hay un replay de la misma película representada por protagonistas diferentes, que se vuelven representativos por motivos cuya explicación es particular en cada caso, con un relato sin variaciones, sólo diferenciado en la forma en cómo se asume el dolor.
Después de meses de marchas y contramarchas me parece interesante puntualizar: