Cada tanto asisto, además de mis obligadas rutinas que disfruto, a eventos que me interesan. Tanto más cuando me arrastra alguna amiga con la cual quedo en encontrarme en la calle y a pesar de las tormentas como las que se abatieron sobre Buenos Aires durante las últimas semanas. Tormentas que amenazaban terminar con el conflicto del subterráneo ya que en primera instancia parecían destinadas a acabar con la ciudad toda.
El mercado de consumidores se encuentra cada vez más segmentado. Basta con ver la grilla televisiva de alguno de los operadores de cable. Existen tantos agrupamientos que nos mareamos por impericia a la hora de leerla, debido a la impericia a la hora de diseñarla.
Técnicamente, según la RAE - Real Academia Española - un hermano, y de ahora en adelante no haré salvedad de sexo, es la persona que con respecto a otra tiene el mismo padre y la misma madre. Luego comienzan las variaciones cada vez más amplias: mismo padre distinta madre; misma madre distinto padre; misma madre subrogada; distinto líquido seminal crioconservado; en fin, siguen las consideraciones.
Jóvenes con las espaldas inclinadas. En medio de un subte donde no hay espacio para darse vuelta, alguien recibe una llamada telefónica o la realiza, y su conversación tiene la intimidad de compartirla con todos los pasajeros compactados, al punto que las sardinas en latas parecen un canto a la libertad.
A propósito de mi columna «Cierta clase de hombres» aparecida el último 8 de julio muchos - hombres - me preguntaron ¿qué hay de cierta clase de mujeres?
En el programa de Jorge Guinzburg, «Peor es nada», había una sección donde Jorge preguntaba por la primera vez. Quedaba claro para el entrevistado que la primera vez se refería a su primera vez, a su primer encuentro sexual.
Volví a releer La Conciencia del Señor Zeno de Ítalo Svevo. Siento simpatía por el protagonista, un hombrecito lleno de preguntas y pocas respuestas. Sus temas: las mujeres, el tiempo, la paternidad, el matrimonio y la muerte.
Los humanos tenemos, afortunadamente, formas de evadirnos de la realidad por medio de la fantasía, sueños y las revistitas que anuncian productos todo-lo-puede.
Existe en el habla una frase que se repite tanto como «lo que mata es la humedad»; es la de «son todos iguales». No por repetirla se convierte en verdadera, tal como sostenía cierto encumbrado jefe de propaganda de la era nazi. No. No son todos los hombres iguales. Tampoco lo son las mujeres.
Vi la ópera Edipo del rumano Enescu realizada por el colectivo «La fura dels Baus». En ésta, las tragedias de Sófocles, Edipo rey y Edipo en Colono, se aúnan en una puesta de dos horas y cuarenta minutos. La excelente puesta me hizo pensar, sin que se me cayera nuevamente ninguna idea descollante; tan sólo algunas observaciones.