"Hoy comenzás por pintar el marco de una puerta de tu casa y mañana terminás viviendo confinada en el único cuarto que lograste salvar del rodillo y el pincel".
Hace unos años, durante el siglo pasado, me instalé un invierno en New York, en el barrio bohemio por excelencia de aquella época, Greenwich Village. Vivía en un modesto studio de apenas dieciocho metros con baño incluido, cuarto piso por escalera, en el que vivió también, pero no conmigo, Manuel Puig.
Hace tres viernes me encontraba desternillándome de risa - no destornillándome como suele decir la gente - una temprana mañana, mientras leía a Groucho Marx en Memorias de un Amante Sarnoso, que casi me hace exclamar "Monsieur Marx soy yo", así como Flaubert decía "Madame Bovary soy yo".
Hace ya mucho me habían advertido que la comida era para los hombres un tema irrenunciable, toda vez que se tratara de mantener una relación "estable" con una mujer. O sea, yo. De verdad siempre lo supe, pero esperaba que se pasara de moda o al menos, se impusiera la ensalada verde y de postre un flancito o una banana.
Desayuno con Internet, café y poca leche. Hace unos días, para ser exactos el 8 de junio último, me desayuné con que además, estaba usando IPV6, que no es el Instituto Profesional Virgilio Gómez Nº 6, sino el nuevo protocolo de Internet, y que me hallaba en el Día Mundial de la Nueva Internet.
Durante la última representación de la ópera "El holandés errante" de Wagner una escena me conmovió de un modo que aún no alcanzo a definir: un grupo de mujeres cantaban y cosían mientras esperaban a sus hombres que, tras mucho sacrificio pisaron tierra firme. Imagen bella y envolvente.
Voy a la peluquería a desenredar mi pelo y de paso verificar si es posible que los líquidos que ingresen a mi cabeza, la tiñan por dentro de una coloración dorada, como la de los chicos de cualquier publicidad.
Si fuera una sureña norteamericana nacida a principios del siglo pasado, probablemente los temas que hubiera abordado -con infinita menor belleza, fuerza y talento que los Master Writers como Faulkner, Carson Mc Cullers, Flannery O'Connor, sólo por nombrar a los más representativos - serían el orgullo austero del Deep South. El decaído Sur Profundo, magistralmente descripto por estos escritores.