El estudio de la resolución de conflictos está basado en la idea de que las dos partes enfrentadas desean alcanzar un acuerdo mutuamente aceptable sin importar cuán complicado resulte. Sin embargo, el comportamiento de Israel y los palestinos sugiere todo lo contrario.
Es importante que sepamos que detrás de la escena también se produce un gran debate acerca de cuestiones existenciales, y que también entre los líderes - y no sólo en las calles de Israel - hay desacuerdos fundamentales con respecto a las soluciones posibles.
Las críticas a las afirmaciones de Dagán acerca del asunto iraní son comprensibles. Lo hizo por su real preocupación acerca del futuro de Israel y movido por nobles sentimientos patrióticos, pero no actuó según la norma. Se comprende bien la furia de aquéllos a quienes perturbaron sus declaraciones.
Bibi es el primer miembro del Likud que muestra una firme voluntad por dividir el país. Además, ha aceptado congelar la construcción en los territorios por nueve meses. Pero no ha surgido un Sadat palestino como contraparte. En ese contexto tan complicado, todavía merece una oportunidad.
Una y otra vez, Netanyahu hizo que senadores y congresistas se pusieran de pie, pero él mismo se estaba viniendo al suelo. El discurso del rey no fue más que un largo y fluido tartamudeo. Bibi acaba de perder la última oportunidad que la historia habrá de darle.
Les tengo noticias, mis queridos primos: No retornarán a Israel - al menos, no durante su vida. No van a regresar al Israel que existe dentro de la Línea Verde. Sesenta y tres años han pasado desde aquella guerra; ya es tiempo de abrazar otros sueños.
Quien boicotea es por lo general quien también pierde. Es de esperar que la lección del Informe Goldstone se internalice: Las Naciones Unidas y sus instituciones son organismos políticos, no jurídicos, y no se puede renunciar a la lucha política.