En 1996, Binyamín Netanyahu ganó una elección general movilizando un alto número de votantes en contra de la supuesta intención del entonces primer ministro Shimón Peres de «dividir a Jerusalén». Casi dos décadas después, Netanyahu sigue aferrado a eslóganes viejos y vacuos sobre un «Jerusalén unido», una convicción que, una vez más, podría resolver el proceso de paz israel-palestino.
A alguna gente le ha molestado que comentaristas de prensa en Uruguay y en otros países hayan reflotado el viejo y trillado estribillo propagandístico antisemita de «judíos=nazis». En defensa de esos periodistas, que naturalmente no tienen malas intenciones, cabe decir que hay que entender su enojo.
El ministro de Defensa israelí, Moshé Yaalón, se especializa en agredir verbalmente a Estados Unidos, y de manera furibunda. No para de condenar una y otra vez la política exterior del más estrecho aliado del Estado judío, de su principal sostén, con declaraciones que el Departamento de Estado calificó de «insultantes, subversivas e irrespetuosas».
Todos los enfrentamientos bélicos son horrendos, sin excepción. Pero cuando Israel es protagonista se produce una desproporcionada reacción en cadena en el mundo entero.
¿Dónde estaban las naciones del mundo mientras Hamás se armaba? ¿Cómo es que nadie controló qué se hacía con el dinero destinado a alimentar a los pobres palestinos, a edificar hospitales, a ampliar la educación, a crear puestos de trabajo?
Nos encontramos en medio de un cambio asombroso en cómo los norteamericanos ven al mundo y al papel que su propio país tiene en él. Por primera vez en medio siglo, la mayoría de ellos piensa que Estados Unidos debería participar menos en los asuntos mundiales, con base en la encuesta de opinión más reciente del Centro Pew de Investigación.
Desde hace algunos días se oyen dos extraños argumentos sobre la crisis ucrania y el posible rapto de Crimea por la Federación Rusa que es urgente desmentir.
El 19 de junio de 1967, a la semana de finalizada la Guerra de los Seis Días con la conquista militar de todo Cisjordania y Gaza, el Gobierno hebreo informó su decisión de anexar a Israel toda la ciudad de Jerusalén mientras que al resto de los territorios se los consideró un elemento de negociación para futuros acuerdos de paz.
Hace tiempo que insisto en que siempre es útil estudiar el conflicto árabe-israelí, porque es la miniatura de una guerra de civilizaciones más amplia. ¿Y qué novedades hay en ese conflicto esta semana? Que el conflicto árabe-israelí se convirtió en símbolo de la división más relevante del mundo actual: la que separa al «mundo del orden» del «mundo del desorden».
A punto de cumplirse el tercer aniversario del comienzo de la guerra civil en Siria, Israel mira casi impotente y temeroso de las consecuencias de una victoria por cualquiera de los dos bandos.