En el desesperado intento de buscar apoyo internacional ante las controversiales actitudes de Israel en su conflicto con los palestinos y los países árabes, muchos de los paladines del Estado hebreo se tientan en recurrir a una herramienta poco convencional: los aportes a la humanidad del renombrado ingenio y talento judío.
Muchos israelíes no quieren a John Kerry, al igual que un gran número de palestinos que no confían en la buena fe del secretario de Estado norteamericano para lograr un acuerdo en Oriente Medio.
Las acusaciones de «obsesión incomprensible» y «mesianismo» con que Moshé Yaalón, ministro de Defensa de Israel, arremetió contra el canciller norteamericano, John Kerry, fueron motivo para que los medios informativos se centralicen en las «relaciones especiales» entre ambos países. Sin prestar la debida atención, la mayoría de los medios ignoran otra batalla de mucho mayor significado que justamente se está librando entre las dos partes en estos días.
El primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, ha exigido a los palestinos que reconozcan a Israel como el Estado judío. Ante la insistente negativa de éstos, el presidente hebreo, Shimón Peres no tuvo mejor idea que sostener que dicho reconocimiento «no es necesario».
En un artículo publicado en agosto del año pasado, el prominente politólogo judío-francés Dominique Moisi llegó a la conclusión de que Israel sería, al menos por ahora, el único claro ganador de las revoluciones que tuvieron lugar en el marco de la llamada «primavera árabe».
Los obituarios ante la tumba fresca de Ariel Sharón expresan los idearios de quienes los expresan pero no necesariamente su concepción política y militar. Uno de sus allegados, precisamente un líder de la izquierda israelí, Yossi Sarid, dijo saber la mala opinión que tenía Sharón de algunos de los que hoy lo despiden - insinuando al actual primer ministro Binyamín Netanyahu y al actual presidente, Shimón Peres -, y que si no hubiera caído en coma hace ocho años, sería rememorado como el Libertador de Palestina.
La denominada «Primavera Árabe» tuvo un componente contrarrevolucionario dirigido por EE.UU y apoyado por sus aliados. En los últimos meses de 2013 la agenda estadounidense comenzó a variar, esencialmente en lo referido a los casos de Siria e Irán.
Las palabras se usan a veces con demasiada facilidad, sin considerar las consecuencias. Ofensas gratuitas, realmente nada aportan, y menos que menoscuando el que ofende es el ministro de Defensa de Israel, el ofendido el secretario de Estado norteamericano y el trasfondo la compleja negociación entre israelíes y palestinos.
Oriente Medio demuestra una vez más que si uno come bien, hace ejercicio con regularidad y no fuma, vivirá lo suficiente para ver todo, incluso el día en que los judíos, que controlan Jerusalén, y los sauditas sunitas, que son custodios de las grandes mezquitas de La Meca y Medina, formarán una alianza en contra de Irán y los protestantes de Estados Unidos; con los hindúes de India y los confucianos de China también apoyando a los norteamericanos, al tiempo que los laicos franceses juegan para todas las partes.
Ariel Sharón, Arik, como todo el mundo le llamaba, dejó con su fallecimiento una herencia política contrastada que ni la derecha ni la izquierda israelí pueden reivindicar totalmente.