Un análisis de los acontecimientos político-sociales en Israel no puede aspirar a ser denominado serio si pasa por alto dos aspectos aparentemente independientes uno del otro, aunque conjuntamente se potenciaron y adquirieron notoria relevancia en la última década.
Hay un componente de la guerra psicológica llamado «asesinato de la reputación». El mayor experto en estos crímenes morales fue el alemán comunista Willi Münzenberg.
Debo reconocer que desconozco las preferencias culinarias y los platos predilectos de los más altos responsables de la cancillería norteamericana y de la Unión Europea. Sus intensos e incesantes esfuerzos para promover progresos en las negociaciones entre israelíes y palestinos les copó sus atiborradas agendas imponiéndoles reiteradas giras a la región. Es de suponer que en esas ocasiones estos distinguidos funcionarios fueron agasajados en Israel en opíparos banquetes con menús de la mejor cocina autóctona.
No sé si el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, tendrá éxito con respecto a las dos grandes prioridades elegidas: intentar forjar la paz entre israelíes y palestinos y una tregua con Irán que prive al país de un arma nuclear. Sin embargo, admiro su implacabilidad. Admiro la manera en que se atreve a fallar: la única forma de convertirse en un secretario de Estado trascendente.
La efusión mundial de respeto hacia Nelson Mandela sugiere que no sólo nos despedimos del hombre en su muerte, sino que perdimos a cierto tipo de líder, único sobre el escenario mundial actualmente, y estamos de duelo por eso justamente en la misma medida. Mandela tenía una dosis extraordinaria de «autoridad moral». ¿Por qué? ¿Y cómo la obtuvo?
Un buen día del año 2014 nos despertaremos y nos anunciarán que la crisis ha terminado. Correrán ríos de tinta escritos con nuestros dolores, celebrarán el fin de la pesadilla, nos harán creer que ha pasado el peligro aunque nos advertirán de que todavía hay síntomas de debilidad y que hay que ser muy prudentes para evitar recaídas.
El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, y el renombrado escritor israelí, David Grossman, fueron estrellas internacionales invitadas a participar en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, México. En una plática conjunta, ante numeroso público, dieron rienda suelta a sus pensamientos sobre lectura, escritores, literatura y, como no podía faltar, la eterna y conflictiva situación entre palestinos e israelíes.
Como todos los años durante el mes de diciembre muchos israelíes disfrutan de momentos de alegría y regocijo celebrando la «Fiesta de las fiestas», el festival multiétnico de Haifa. Este año hay una importante excepción. De acuerdo a informes periodísticos da la impresión que Netanyahu no tiene programado visitar Haifa, no tiene tiempo para festejos y más bien pareciera que padece de serias preocupaciones motivadas por su coalición gubernamental que comenzó a tambalearse.
Líderes políticos israelíes y dirigentes de instituciones judías de la diáspora se empecinan continuamente en reflejar una imagen rosa del Estado judío aun cuando este esfuerzo obliga ocultar situaciones que un tono gris oscuro sería mucho más apropiado para describirlas. Sus expresiones de duelo y condolencia con motivo de la triste desaparición de Nelson Mandela, especialmente la focalización en su legado, son un típico ejemplo.
La idea suena ridícula. Uno no aguanta al otro y ambos tienen diferentes visiones de mundo. Pero por mucho que tratan de poner en evidencia sus diferencias, quien diga que la historia no los llegará a unir en un futuro no muy lejano, pordría equivocarse.