Las recientes revoluciones en Túnez y Egipto, y las manifestaciones candentes en diferentes ciudades de los países árabes, demuestran, si es que todavía hace falta una prueba, que el mundo árabe jamás desapareció.
Las masas siguen siendo manipulables, pero cada vez va a ser más difícil acallarlas y mantenerlas en la ignorancia. Las redes sociales no causan ni hacen revoluciones, pero las socializan; los pueblos se mueven sin líderes elegidos con el dedo y hablan sin consignas preestablecidas.
El sueño de libertad ya se celebra en las avenidas de Egipto; es ahí donde ahora mismo está el deseo de democracia. Que se instale en el menor tiempo posible en las instituciones depende de ellos, pero también de nosotros.