«Todas las opciones deben estar sobre la mesa». Esa es la afirmación que en los últimos meses ha salido a menudo de boca de autoridades israelíes, en relación a la situación con Irán. El mensaje final es que si no se logra frenar el programa nuclear iraní a través de presiones políticas y de las sanciones internacionales, no habría que descartar un operativo militar.
Ninguno de los que, con razón, temen un ataque israelí contra Irán y la posterior guerra que habría de seguirle, tiene en cuenta el hecho de que esa próxima guerra ya ha comenzado. Se ha arraigado tan profundamente y durante tanto tiempo en nuestra conciencia y en la de nuestros dirigentes, que la mayor parte del conflicto refiere a su oportunidad, y no a su probabilidad.
Dicen en Washington:
Combatimos en una guerra terrible e innecesaria en Irak. Estamos en medio de una guerra complicada y deprimente en Afganistán. Nuestra economía finalmente comienza a recuperarse de la peor crisis de la que se tenga noticias desde la Segunda Guerra Mundial.
Un amigo me dijo que estaba sorprendido por mi apoyo a un ataque israelí contra Irán. «¿Por qué crees que lo apoyo?”, le pregunté. Me contestó que se basaba en mi reciente columna donde escribí que una guerra contra Irán es inevitable y está a la puerta.
Las vivencias de este último tiempo en Israel encuentran su mejor expresión parafraseando un párrafo de un poema basado en el original de Violeta Parra: «Volver al 67; y se va enredando, enredando…». Estamos retornando al conocido «período de espera« de mayo/junio de 1967 con los preparativos para la Guerra de los Seis Días. Ante una alternativa apocalíptica, nuestros líderes nos movilizan en una tensa vigilia con miras a un enfrentamiento con Irán, aparentemente ineludible.
El primer ministro Binyamín Netanyahu se ha ocupado principalmente de tres cosas en los últimos tres años: Irán, Irán e Irán.
¿Quién utiliza el autobús en Israel? Puedo decirles quién no lo hace: la gente rica o acomodada. Los autobuses prestan un servicio fundamental a soldados, adolescentes, jóvenes y otras personas que no pueden comprar un coche o pagar un taxi.
El juez Baltasar Garzón cayó victima de su propio afán de reavivar la memoria de los españoles y poner al descubierto los crímenes de lesa humanidad de la época franquista. Un traspié en un procedimiento bajo su control le determinó que fuera penado con inhabilitación de ejercer por 11 años la magistratura.