La historia de la izquierda israelí es una historia triste. En el verano de 1967, la izquierda sionista tenía razón. Ya desde la primera jornada después de la Guerra de los Seis Días comprendió que la ocupación pervierte y que los asentamientos son inútiles.
El Congreso español votó este martes la iniciativa del Gobierno para reconocer un Estado palestino. ¡Qué desilusión! ¡Qué frustración! Sobre todo para aquellos que consideramos que España e Israel mantienen relaciones especiales, vínculos históricos de mayor peso y envergadura que hacen que esas relaciones entre nuestros dos países no sean como las que mantenemos con Suecia, que acaba de reconocerlo.
Actualmente, no suele parecer políticamente correcto criticar a la Autoridad Palestina (AP). Su presidente, Mahmud Abbás (Abu Mazen), ha logrado que se afiance en la comunidad internacional su imagen como dirigente moderado y por ende su oficina en la Muqata es centro de peregrinación de todo líder del mundo que quiere dialogar con el lado palestino.
Después de duras negociaciones en El Cairo, el pasado mes de agosto Hamás e Israel acordaron finalmente una tregua a largo plazo. Esto es lo que la comunidad internacional, que observaba impotente desde la barrera, estaba esperando.
La sección de Amnistía Internacional en la Universidad de Columbia me invitó a pronunciar una charla sobre derechos humanos en Oriente Medio. Acepté la invitación, ansioso de presentar una visión equilibrada sobre el tema, centrándome en la cuestión israelí-palestina.
El enfrentamiento entre Israel y Hamás en este verano es una prueba de la verdadera situación que enfrenta el Estado judío. La estrategia quedó al descubierto.
Según el refrán popular, los niños, locos y borrachos siempre dicen la verdad.
Sheldon Adelson, conocido judío estadounidense, ya hace muchas décadas dejó de ser niño y no hay ningún motivo para suponer que no está en sus cabales. Sin embargo, ciertas conductas de los últimos tiempos nos permiten sospechar que está bajo la influencia de una feroz borrachera como consecuencia de su inmensa fortuna acumulada.
No es fácil escuchar últimamente al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás. No porque critique a Israel. Eso es lo que hacen los adversarios y es lógico que haya lo que criticar cuando hay un serio conflicto de por medio.
Diversos parlamentos europeos - y un Gobierno, el de Suecia - están aprobando el reconocimiento de Palestina como Estado independiente. El Congreso español se dispone a tratar la cuestión la próxima semana y la Asamblea Nacional de Francia a finales de noviembre.
Enfrentamientos y controversias alrededor de temáticas de espacio y dimensiones son tan antiguos como la humanidad misma. La historia nos demuestra la permanente repetición de estas disputas en conflictos sociales, regionales, ambientales y, por supuesto, étnicos e internacionales.