Entre el terrorismo proveniente de Gaza y los nacionalistas palestinos en Cisjordania, la confusión reina en Israel, donde los medios de comunicación y la realidad confunden al electorado.
En su discurso ante el Congreso, Binyamín Netanyahu se centró en denunciar que si se firma un acuerdo para permitir que Irán desarrolle energía nuclear en los próximos diez años, se le dará legitimidad para producir armas de destrucción masiva en cuanto pueda.
En apariencia, la única similitud entre ambos asesinatos es que las dos víctimas eran judías. Nemtsov por parte de madre (Eidman, de apellido materno) y Nisman por parte de ambos progenitores.
Difícilmente la historia pudo ser testigo de tamaña disparidad entre las verdaderas motivaciones y mecanismos frente a las temáticas que se discuten públicamente, como las que se exponen en el último round de esta larga pelea entre Obama y Netanyahu que ya se prolonga por más de seis años.
En 2006, los reconocidos internacionalistas John Mearsheimer y Stephen Walt publicaron un polémico artículo en el cual plantearon que la influencia del lobby pro-israelí AIPAC no sólo impedía cualquier debate franco sobre las relaciones entre Estados Unidos e Israel - al tildar toda crítica de antisemitismo, o «traición a los suyos» en el caso de los judíos -, sino que tergiversaba la política exterior norteamericana de tal forma que ponía en peligro su propia seguridad, así como la del resto del mundo.
«Si queremos que todo siga como está, es necesario cambiar el gobierno. ¿Y ahora que sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de campaña electoral estéril, y después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado. Una de esas elecciones que se llaman para que todo siga como está». Paráfrasis de «El Gatopardo» de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
Las evidencias son tan rotundas, que solo la lacerante judeofobia del ADN europeo, puede desmentirlas: el antisemitismo crece a pasos de gigante. Y si bien se ha descontrolado en el Islam, también crece seriamente en el continente donde nació el odio a los judíos, un odio que alimentó al huevo de la serpiente con perseverancia.
El escepticismo frente a la existencia de los dioses o los profetas, de donde surge la posibilidad de ironizar sobre su presencia en el mundo terrenal, se ha vuelto una postura muy peligrosa frente a grupos que no han desacralizado sus creencias y valores, o se encuentran, peor aún, en un proceso radical de resacralización. Ironizar sobre la existencia de los profetas o los dioses no implica burlarse de ellos, sino de quienes se toman demasiado en serio su existencia hasta el límite de morir y matar en su nombre.
La idea del primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, y del presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, de que Bibi pronuncie un discurso ante el Congreso sobre por qué EE.UU debe sancionar más a Irán, es una grosería, una acción imprudente y muy peligrosa para el futuro de las relaciones entre ambos países.
Desde la creación del Estado independiente, en su corta historia la sociedad israelí está profundamente marcada por la segregación social. A la profunda discriminación de sus ciudadanos no judíos se le unió un conflicto social permanente entre judíos según su ascendencia étnica. Los entredichos entre judíos askenazíes u occidentales y aquellos sefaradíes u orientales alimentan los titulares hasta el día de hoy. Periódicamente los medios informan de un nuevo caso del «demonio étnico que salió de la botella».