Quienes suponen que en Israel está todo perdido, que una vez más la derecha belicista impone sus condiciones, que no hay otra salida que no sea la guerra, harían bien en prestar atención a los hechos y a las reales relaciones de poder en la región antes que declararse prisioneros de sus prejuicios o de su falta de información.
Puedo pensar en muchas buenas razones para proceder con el acuerdo nuclear con Irán, y puedo pensar en prácticamente el mismo número de razones para no hacerlo. Así que, si está confundido, déjeme ver si puedo confundirlo incluso más.
La diáspora aportó al pueblo judío un gran líder y profeta. No uno de aquellos de la conocida tradición religiosa, sino un profeta político. En 1970 Nahum Goldmann moldeó un acuerdo de paz con el presidente egipcio Nasser. Lamentablemente esta iniciativa fue saboteada por una arrogante Golda Meir. La glorificada primer ministra de Israel debió asumir tres años más tarde la responsabilidad de los 2.200 israelíes muertos que esa y otras desidias similares causaron.
Luego de superar un serio desafío político y obtener el mayor número de escaños en las elecciones parlamentarias de Israel, el primer ministro, Binyamín Netanyahu, y su partido, el Likud, están a las puertas de constituir una nueva coalición de derecha, con marcados tintes ultranacionalistas religios, para gobernar el país durante los próximos años.
Para sobrevivir políticamente en Israel, Netanyahu recurrió a todos los trucos rastreros que hay en los libros e incluso se inventó un par más.
Como dice el refrán: «Errar es humano, perdonar es divino». A lo que yo agregaría: Ignorar es incluso más humano, y los resultados rara vez son divinos. Ninguno de nosotros sería humano si no nos aferráramos ocasionalmente a grado tal a nuestros deseos que dejáramos de notar - o de plano, ignorar - los hechos sobre el terreno que se burlan descaradamente de nuestras esperanzas.
Binyamín Netanyahu es con toda probabilidad el peor primer ministro de la historia de Israel. Sus errores y sus defectos han quedado abudantemente claros durante sus nueve años en el poder. Cuando emprendió la reciente campaña para la reelección, ni siquiera sus propios partidarios y votantes pudieron disimular su malestar por la conducta egomaniaca del candidato y el vergonzoso comportamiento público de su esposa.
La victoria del Likud, con 30 escaños más los de sus posibles aliados, genera el interrogante que me formuló un amigo, y que da el título a esta nota. Es la misma pregunta que se hacen casi la mitad de los israelíes, las diásporas judías y la mayoría de los gobiernos del mundo, incluido Estados Unidos.
«¿En qué se diferencia la noche del 17 de marzo de todas las demás noches?
Desde la noche del 17 de marzo, Netanyahu es la diferencia».
5ª pregunta en el «Má Nishtaná» del próximo Seder de Pesaj.
El ritmo normal aunque agitado del proceso electoral israelí se vio repentinamente trastocado. La sorpresiva caída en intención de voto a favor del Likud, según los últimos sondeos de opinión, comenzó a socavar la seguridad de la reelección de Netanyahu y despertó inusitadas ilusiones lisonjeras en la izquierda israelí.