Algún día la dirigencia política comenzará a entender que el desafío más grande que enfrenta Israel, aún más que el proceso de paz con sus vecinos, es la integración de la gran minoría árabe en la sociedad israelí.
La administración de Obama, con el apoyo de otros actores internacionales, es consciente que debe ejercer presión y no permitir que israelíes y palestinos tomen decisiones y actúen en sentido contrario a una lógica de justicia relativa que beneficie a ambos pero que también exija renuncias.
No es necesaria una imaginación superlativa para describir la avalancha que se habrá originado en el desierto, luego de la salida de Egipto, cuando Dios proporcionó el Maná que los hebreos saborearon como pasteles con miel.
El diálogo entre el Estado de Israel y la Autoridad Nacional Palestina está donde casi siempre se encuentra: en el congelador. Lo que es fuera de lo común es que también estén en el refrigerador las relaciones entre Jerusalén y Washington.
Al no poseer agenda ni mensaje, Binyamín Netanyahu se ocupa de nimiedades y las presenta como "decisiones cruciales para el futuro del Estado de Israel". En su segundo gobierno convirtió la dubitativa en un designio de liderazgo.
Si Binyamín Netanyahu no está dispuesto a pagar el precio de la paz, el presidente Obama podrá decirle a su enviado para Oriente Medio, George Mitchell, que regrese a casa; es una lástima que pierda el tiempo en conversaciones inútiles entre nosotros y los palestinos.
Netanyahu y su gobierno olvidaron que los fundadores del sionismo Herzl y Jabotinsky fueron sepultados en la diáspora y más tarde transportados desde Austria y EE.UU a Jerusalén. Ningún Litzman (foto) reclamó que estaba prohibido trasladar restos de una tumba a otra.
El discurso de Obama en El Cairo no dejó otra alternativa a Mahmud Abbás que exigir la detención de la construcción en los asentamientos para continuar con las negociaciones. Abbás no puede ser menos palestino que el presidente de EE.UU.
No está claro en qué medida la población árabe musulmana de Jerusalén, Israel todo y los territorios palestinos, cree realmente que "Al Aksa está en peligro". Pero sus líderes políticos y religiosos se esfuerzan por convencerlos al respecto.
Dos sostienen una bandera; uno dice "¡Es mía!", el otro dice "¡No es mía!", y agrega: "La bandera de los asentados no es mi bandera". No soy adepto a estandartes. Siempre me pregunto qué espíritu los conduce hacia lo más alto del mástil.