Todo indica que la tensión entre Binyamín Netanyahu y Barack Obama va a seguir creciendo hasta que el presidente de Estados Unidos abandone la Casa Blanca en enero de 2017. Al menos así se deduce de los numerosos incidentes que se suceden sin descanso; el último de ellos protagonizado por quien fuera embajador de Israel en Washington entre 2009 y 2013.
Moshé Yaalón, general retirado y ministro de Defensa de Israel, es un hombre de principios. Como disciplinado soldado se alistó detrás de una histórica consigna judía afirmando que «no podemos confiar en nadie cuando se trata de nuestra propia defensa en el país y el mundo. Debemos estar listos para defendernos por nuestras propias fuerzas pues no se puede prever que alguien esté dispuesto a arriesgar su vida por nosotros» [1].
A mediados de los '90, un famoso dramaturgo sirio capturó la angustia de vivir bajo un autócrata árabe con el lamento: «Estamos condenados a la esperanza». Casi 20 años después, incluso la esperanza parece que ha muerto.
A pocos días de que el ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius, llegue a la zona para recabar apoyos para su plan de rescate del proceso de paz de Oriente Medio, los principales gobernantes israelíes no se ponen de acuerdo sobre si la solución de dos Estados es aún vigente.
Israel debería condecorar al Director Ejecutivo de Orange con la medalla de oro como benefactor del Estado judío. Nadie como Stephane Richard hizo tanto, con inusitada prontitud y con tanta eficiencia para ayudar a Netanyahu a encaramarse nuevamente en la cima del liderazgo mundial tras el tropezón que sufrió en su fracaso por no poder impedir el acuerdo de Obama con los ayatolás iraníes.
Como en los remakes de la ficción cinematográfica, la escena se repite, sólo que con otros protagonistas. Ante el avance del Estado Islámico (EI) sobre Bagdad y Damasco, aquí en competencia con el Frente Al Nusra vinculado a Al Qaeda, las potencias occidentales se limitan a seguir como espectadores, con preocupación y pasividad, un desenlace militar desastroso.
Hace seis años, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se jactó del «nuevo inicio» del acercamiento de su país al mundo islámico y evocó una visión de paz en Oriente Medio.
En las épocas actuales, parecería ser que la resolución de conflictos, que ha tenido a tantos actores, se encuentra en extinción o por lo menos en camino a ello.
Exterminar, matar, deportar, desterrar.
Aniquilar, extraditar, pena de muerte, sin temor.
Arrasar, asolar, ahuyentar, erradicar;
todo por tu culpa, amigo.
No hay paz con árabes.
No hay árabes, no hay atentados.
La izquierda ayuda a los árabes.
Bibi es bueno para los judíos.
«Canto de consignas», David Grossman
Soy un crítico ferviente de la política del presidente Obama hacia Irán, especialmente de la manera en que él y su equipo está negociando con ese régimen tan beligerante sobre su programa de armas nucleares.