Los recientes resultados de los comicios en Israel y Reino Unido y las respectivas victorias por amplio margen de Netanyahu y Cameron contra todos los pronósticos posibles, me llevaron a reflexionar una vez más acerca de por qué no creo en las encuestas electorales, vengan de donde vengan.
Después de la Shoá parecía imposible que Israel y Alemania pudiesen tener contactos normales. Pero, al final, lo consiguieron. Hace 50 años, Israel y la entonces República Federal de Alemania (RFA) firmaron relaciones diplomáticas.
Tras arduas y dificultosas negociaciones, casi en tiempo suplementario, Netanyahu pudo contactarse con la residencia del presidente de Israel y anunciarle que culminaron exitosamente sus esfuerzos de formar gobierno. Este significativo logro no fue motivo de festejos. Por el contrario, su esplendor se vio empalidecido por una imagen que se proyectó en todos los medios: Netanyahu arribó a la línea final con la lengua afuera. Sus socios más cercanos lo extorsionaron.
Israel se encuentra en una situación difícil. Un Estado muy poderoso, con recursos científicos, con poderío militar, infraestructura industrial, petróleo en grandes cantidades y con un régimen islámico de corte radical, anuncia una y otra vez que Israel debe ser borrado del mapa.
No es necesario ser analista de alto nivel para comprobar la complicada y delicada situación en la que se acorraló la colectividad judía en Argentina. Esta realidad no es consecuencia de una supuesta y organizada campaña de determinados grupos dentro de la sociedad argentina. Más bien es una reacción a actitudes arrogantes y prepotentes hacia los marcos sociales que los circundan y que se convirtieron en la característica dominante del accionar de la dirección judía local en los últimos tiempos.
El primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, afronta hoy un último pero crucial escollo para poder anunciar su nuevo gobierno antes de que concluya, mañana, el plazo que le concede la legislación, en medio de la incertidumbre de cuánto le costará «persuader» al partido Habait Haiehudí.
Uno de los desarrollos estratégicos más importantes de los últimos años para Israel es la notable mejora de sus relaciones con significativas partes del mundo árabe.
Quienes, en todo el mundo, están molestos por la victoria electoral del primer ministro Binyamín Netanyahu sobre el Grupo Sionista deberían hacer responsable directo del giro israelí a la derecha a quien, en buena medida, lo es: la Autoridad Palestina (AP).
Una sociedad moderna asigna a sus líderes e intelectuales la misión fundamental de alumbrar el camino para que cada miembro logre orientarse y tomar decisiones según su escala de valores. Reflejar la realidad en vez de encubrir o confundir son aspectos básicos de esta función.
En septiembre de 1996 visité Irán. Uno de los recuerdos más imborrables de ese viaje es el cartel que había en la recepción de mi hotel: «¡Abajo Estados Unidos!». Y no era un cartel de papel ni un graffiti. Era de azulejos empotrados en la pared. Recuerdo que pensé: «Esto no se saca fácilmente».