Israel es un país fuerte, no a pesar de la libertad de expresión, sino a causa de ella. Israel es fuerte porque todas las partes que operan algún efecto sobre su destino saben que el día de mañana podrían ser ellas la historia principal de las noticias en caso de meter la pata.
Sólo una ley estricta sancionada por la Knéset sobre cómo actuar ante un secuestro cambiará las normas y realizará convenientemente el trabajo, tanto en lo que respecta a nuestros enemigos como a nuestra propia dirigencia política.
La agencia de noticias de la OLP, WAFA, publicó en inglés una versión un tanto diferente: "Nosotros vamos a la ONU para poner fin a 63 años de atrocidades en las que nuestro pueblo vive bajo la conquista".
El único líder israelí, al que nadie se atreve a desafiar, enfrentó estas dos últimas semanas las cámaras y dejó en claro que él y nadie más que él asume toda la responsabilidad por el acuerdo de la liberación de Gilad Shalit.
Quien ideó la idea maliciosa de deslegitimar a Israel conocía muy bien a los israelíes por el mero hecho de ser uno de ellos. Él sabía que así nos devolvería a la naturaleza personal y nacional del judío, a sus pesadillas más temidas, a sus intensos deseos de ser aceptados por el resto de la gente, no repudiados.
Nos hizo retornar a las zonas más amenazadas de nuestro espíritu personal y colectivo. Ha llegado el momento de terminar con esta vileza y salir del laberinto de dudas en los cuales han querido arrojarnos para ser presentados como los héroes (o heroínas); aquellos que nos saquen de allí.
Netanyahu leyó como si estuviera participando de alguno de esos enfervorizados mitines en el Comité Central del Likud. Abbás parecía un arengador en medio de una reunión de la Liga Árabe. El discurso de Obama fue más bien un llamamiento a los votantes judíos de Florida. No se puede dudar de las buenas intenciones del presidente, pero la política interna le exige ahora el susurro antes que la sonora enunciación de verdades audaces para ambas partes.
Toda esta telenovela no fue más que otro recordatorio de la endeble condición que presentan actualmente aquellos esfuerzos destinados a lograr la paz, y del nivel de sospechas mutuas que presenta cada una de las partes cuando se trata de saber si lo que realmente desea la otra es una solución de dos Estados para un solo pueblo o de dos Estados para dos pueblos.
La liberación de Shalit por sí sola no convierte a Netanyahu en un líder. Bibi será considerado un verdadero estadista el día que acepte que decisivas concesiones no se hacen sólo por un solo soldado, sino por un acuerdo de paz con fronteras seguras para todo el pueblo.
El canje de más de mil palestinos por un soldado israelí expone las diferencias radicales entre ambas culturas. Tal como lo explicó el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah: "Los judíos aman la vida, entonces eso es lo que les sacaremos. Venceremos porque ellos aman la vida".
Bibi debe colocar nuestra mutua responsabilidad sobre una base racional y moral; debe traernos de vuelta desde el espíritu de Gilad Shalit al espíritu de Yoni Netanyahu. Si queremos resistir las pérdidas de las próximas guerras, tenemos que volver a la cordura.
La fórmula de que las organizaciones terroristas nunca ceden y que sólo Israel debe hacer concesiones, ha probado su falsedad. Israel hizo grandes renuncias, pero resulta que, cuando decide mostrar firmeza, Hamás sabe cómo ser flexible y ceder en muchas de sus demandas.